martes, 11 de diciembre de 2007

Lo correcto: hip hop revolucionario

La cultura juvenil del nuevo milenio se convirtió en la inspiración de la revolución musical urbana, en el sentido más amplio de una revolución en el comportamiento y las costumbres, en el modo de disponer del ocio y en las artes grafitis, que pasaron a configurar cada vez más el ambiente de resistencia social que respiraban los habitantes metropolitanos del gueto marginal urbano.

En la era del imperialismo las influencias culturales empezaron a actuar sistemáticamente desde una propuesta transnacional hasta un pensamiento de propuesta de cambio radical, gracias al impacto de las nuevas artes revolucionarias y de la música posmodernista, el entretenimiento global de masas por excelencia.


La industria musical clásica urbana era, antes que nada, respetable; sus ideas sociales eran la versión rebelde del multiculturalismo, y su ideología: la de la oratoria patriótica. La novedad del siglo 21 fue que los jóvenes dominicanos de clase media y alta, por lo menos en el sentido de la libertad individual y su devoción por el libre albedrío, que marcaba cada vez más la pauta universal, empezaron a aceptar como modelos la música, la ropa e incluso el lenguaje de la clase baja urbana, o lo que creían que lo era.


A mediados de los años 80, surgió del gueto, de los cordones periféricos de la pobreza metropolitana, la música étnica o de ritmos de los catálogos de las compañías de discos norteamericanos destinadas a las minorías afroamericanas excluidas, sobre todo de la juventud revolucionaria latinoamericana.


Anteriormente, los jóvenes de la baja burguesía habían adoptado los estilos de la moda de los niveles sociales más altos o de subculturas de clase media como los interpretes boleristas o los artistas bohemios. Ahora parecía tener lugar una extraña inversión de papeles: el mercado de la música urbana se independizo y empezó a marcar la pauta del lenguaje social y su mercado. Los jóvenes burgueses empezaron a desprenderse de su rustico castellano y sus acentos y a emplear algo parecido al habla de la clase trabajadora disidente.


Jóvenes católicos educados a la manera de Occidente empezaron a copiar lo que hasta entonces no había sido más que una moda indeseable y populista de sonidos urbanos marginales, singulares, es decir, el uso despreocupado de tacos en la conversación.


El giro populista de los gustos de la juventud de clase media y alta, que tuvo incluso algunos paralelismos en el tercer mundo de la Capital y Santiago, con la conversión de músicos liberales en adalides del gueto urbano, puede tener algo que ver con el fervor revolucionario que en política e ideología mostraron los estudiantes del período pos revolución unos años más tarde de la caída del comunismo.


Históricamente, la cultura revolucionaria suele ser profética aunque el conservadurismo no sepa como. Y este estilo musical, es decir, el rap dominicano, su enorme riqueza sociocultural, se vio probablemente reforzado entre los jóvenes que rechazaban los valores de los padres, o más bien, la construcción de un lenguaje alternativo con el que las masas tanteaban el futuro, en un mundo para el que las normas y las costumbres tradicionales de sus mayores parecían que no eran validos.


El carácter iconoclasta de la nueva cultura juvenil afloro con la máxima claridad en los momentos en que se le dio plasmación intelectual al fenómeno, como en las consignas revolucionarias que se hicieron a la mar, y en la máxima radical de la búsqueda de la libertad.


La cultura hip hop significa algo más que la afirmación de que el compromiso social obedecía a motivos políticos y a satisfacciones personales, y que el criterio del éxito social era como se influenciaba a los demás. En boca de algunos intelectuales conservadores contemporáneos la revolución autóctona era incomprensible.


Para los pensadores liberales lo importante no era lo que los artistas revolucionarios esperasen conseguir con sus obras y actos sino lo que hacían y como se sentían al hacerlo. La liberación personal y la liberación social iban, pues, de la mano, y las formas más evidentes de romper las ataduras del poder, las leyes y las normas del estado burgués, de los padres y de los vecinos sorprendieron a los estudiosos de la conducta humana que no sabían como descodificar el ritmo apocalíptico de los tiempos.


Los escasos antropólogos culturales describían la tensión desde la cultura mediterránea y la vergüenza de un país atrapado, enfrentados a los excepcionales y radicales transformaciones, autóctonas, cada vez más habituales dada la fenomenología y, a la aparición de las genialidades populares y sus diversas características.


En resumen, el hip hop era un triunfo del hombre moderno sobre la sociedad tradicional, o mejor, como la ruptura de los hilos que hasta entonces habían atado a los jóvenes a un pasado superado en el tejido social.


enserioonline@hotmail.com Por Juan Carlos Espinal Copyright:Diario @ Diario

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